DE JUVENTUDES Y ANCIANIDADES.
Si han leído mi perfil, les constara que allí dice que tengo 36 años, algo por lo que me han dicho, en innumerables ocasiones, viejo (y también vieja), y aunque muchos no lo crean, no me molesta, pues esas casi cuatro décadas de existencia, son las que me han dado, facultades y habilidades que ya hubiera querido y me hubieran sido muy útiles, cuando era joven (por ejemplo, la experiencia, la perspectiva, el conocimiento, etc.).
Que quede claro, entonces, que no soy de aquellos que tienen el espantoso complejo de Peter Pan.
Hace tiempo, cuando yo aún era joven (para algunos hace muchíííísimo tiempo), una amiga me conto (¿leyenda urbana?) que, en EE.UU., una mujer había demandado a un jovenzuelo por llamarla vieja, hecho que la señora consideró ofensivo y difamatorio. El juez sentenció a favor del joven, pues no considero que lo de vieja fuera injuriante y además, que llevándole la mujer diez años al jovenzuelo, este último podía llamarla vieja sin ningún problema (así que ya saben, a cualquiera que le llevemos 10 años, nos puede llamar ¡VIEJAS! o ¡VIEJOS! con todo derecho).
Siendo así, viejo soy y viejo estoy, por lo que ofenderme por mi realidad, por la “verdad” monda y lironda, sería poco inteligente de mi parte.
Desesperanza de Mirta Noemí Cameán. Tomado de: artelista.com
Sin embargo, hay que reconocer que cuando las y los jovencitos llaman a alguien vieja o viejo, es, mayormente, con sentido peyorativo, o peor, con ganas de insultar o de despreciar a sus mayores.
Si esto se da, es porque, en nuestra sociedad, se exalta la juventud hasta el paroxismo y se denuesta la ancianidad, hasta la denigración.
Mas el mundo da vueltas, y cada vez que un joven denigra a los demás, por ser mayores, cada vez que cualquier persona maltrata a las y los ancianos, están cavando su propia tumba. Con algo de suerte, toda persona llegara a los 50, 60, 70, etc., si es que antes no se la lleva un infarto, el sida o el bendito meteorito que dicen que podría caer en los años 30’s. Y cuando lleguen a esas edades ancianiles, cosecharan toda la mierda que sembraron cuando eran jóvenes.
Esto lo digo por todos, pues ya sea que llamemos, peyorativamente, viejas o viejos a las y los demás o que permitamos que las y los demás usen la ancianidad como insulto o humillación, el embarre va a ser llano y parejo. Terminar con esto es “tarea de todos”. Pero, lamentablemente, nadie parece decidido a romper con el sistema que reproduce y perpetúa esta mísera discriminación.
Al respecto, se encuentra que todas las instituciones y organizaciones públicas y privadas, están separando y segregando a la población por razones etáreas, destinando espacios y actividades exclusivas para las y los jóvenes y discriminando a las personas adulto mayores. Todo ello, so pretexto, de que la sensibilidad y la percepción de las y los jóvenes, es distinta a la de las y los “viejos”.
Joven y viejo, escultura en Valencia (Foto de Lucrecia Diaz). Tomada de panoramio.com
Cabe anotar, que ese es (y ha sido siempre) el pretexto de las y los ricos para tener zonas exclusivas, el pretexto de las y los machistas pare reclamar organizaciones exclusivas (solo para varones), el pretexto de las y los racistas para imponer espacios exclusivos, el pretexto de las y los homofóbicos para mantener espacios excluyentes, etc., etc., etc.
El burguesísimo escritor peruano Manuel Gonzales Prada sentenció hace más de un siglo: “Los jóvenes al poder, los viejos a la tumba”. Más el autor de “Horas de Lucha”, jamás habría imaginado que su lapidaria frase, sería tomada en forma tan literal.
Al ritmo que vamos, si sigue la separación de jóvenes por aquí y adultos mayores (ancianas y ancianos) para allá, todas las personas que somos consideradas viejas (y también las y los ancianos) tendremos que aprender, a cavar nuestra propia tumba.
Ho Amat y León.